NBICI: LA OTRA MEDIA VERDAD

A menudo, cuando oigo hablar sobre las bicicletas de alquiler o de préstamo de cualquier ciudad, y en particular de Pamplona, capto cierto escepticismo hacia ellas, fundamentado casi siempre en criterios económicos y de demanda, argumentando que resultan sumamente deficitarias, ya que, en el caso de Pamplona, cuentan con tan sólo 2.680 abonados.
Como ciclista urbano y, desde fechas recientes, nuevo usuario del servicio municipal Nbici, quisiera destacar, por convicción y por solidaridad, la otra media verdad sobre las bicis de alquiler, la que casi nunca se menciona.
Las bicis de préstamo, ya sean las de Pamplona o las de cualquier otra ciudad, contribuyen, como el resto de las bicicletas, a favorecer la salud de las personas, el medio ambiente y la movilidad sostenible, tres argumentos de primera magnitud y, a la vez, de plena actualidad. Bastaría mencionar que, a efectos de descontaminación atmosférica urbana, 30 nbicis circulando son 30 vehículos a motor menos, con la subsiguiente aportación a aliviar la congestión de tráfico. Esos 30 ciudadanos ciclistas pedaleando y predicando con el ejemplo contribuyen a favorecer la imagen de que la bicicleta es una parte esencial de la solución a los problemas del tráfico en nuestras ciudades.
Es cierto que la infraestructura y logística que requieren dichas bicis hacen que resulten innegable deficitarias. Pero, del mismo modo, no podemos olvidar que el Transporte Público Comarcal (TCC) es, a excepción de la línea 4, deficitaria, con unas pérdidas anuales de 10 millones de euros y tendentes al alza. Sin embargo, a pesar de esta grave deficiencia, a nadie se nos ocurriría cuestionar la validez de dicho transporte. Y es que, desde los postulados de la movilidad sostenible, las bicicletas de alquiler (transporte público individual) y las villavesas (transporte público motorizado y colectivo) son primar hermanas, dos caras de una misma moneda que las administraciones públicas tienen el deber de potenciar en el propósito de salvaguardar la habitabilidad de nuestras ciudades.
Una crítica recurrente a este servicio subraya el uso minoritario que se le da. Nos hemos acostumbrado demasiado fácilmente a delegar nuestras responsabilidades en los cargos públicos que nos gestionan, pero no podemos obviar que parte de la corresponsabilidad del reducido uso de esta iniciativa recae en nosotros como ciudadanos, ciclistas potenciales. De tal manera que, si por nuestra parte no hay un mínimo de actitudes personales comprometidas con la utilización del servicio, difícilmente las bicis de alquiler tendrán éxito. La virtuosidad de ser usuario de la bicicleta no consiste tanto en utilizar la nuestra particular, sino en el uso en sí de cualquier tipo de bicicleta, bien sea la propia u otra de alquiler. A los que habitualmente utilizamos la nuestra, no se nos deberían de caer los anillos por utilizar de vez en cuando las de préstamo. Con este simple gesto, estaríamos socializando y potenciando la bicicleta en sí. Sin pretender que esto suene a lecciones de moralidad, no está de más recordar la máxima de Burke: “Nadie comete mayor error que quien no hace nada porque piensa que solo podría hacer muy poco”. Pues un poco de cada uno es mucho, y más si tenemos en cuenta que el número de usuarios de la bicicleta en Pamplona ronda los 6.000 u 8.000.
Asimismo, el incremento en el número de usuarios estará estrechamente relacionado con la implantación de una extensa red de carriles bici, para satisfacer la imperiosa y legítima necesidad de seguridad y protección frente a los vehículos a motor, y más teniendo en cuenta que no todos tenemos las mismas capacidades físicas de equilibrio, agilidad, reflejos y de claridad de percepción.
Por otro lado, hay que tener en cuenta que la iniciativa en novedosa y que lleva un tiempo crear hábitos de uso. Como todo producto de mercado y, por lo tanto, sujeto a las reglas del marketing, necesita unas fuertes y bien planificadas campañas de promoción para acercarla a la ciudadanía. En mi modesta opinión, y con el deseo de aportar ideas, una posibilidad podría se estimular periódicamente a los usuarios mediante el sorteo de premios, como ya se ha conseguido exitosamente en la experiencia piloto llevada a cabo por el Ayuntamiento del Valle de Aranguren, que ha conseguido un importante incremento de usuarios de bicicletas particulares.
Los ciclistas, en nuestro deseo legítimo de lograr una ciudad más ciclada, no debemos confundir los deseos con la realidad. Las aspiraciones de lograr un cambio sustancial pasan, irremediablemente, por la suma de pequeños cambios individuales. La consecución de un cambio cualitativo requiere sucesivos cambios cuantitativos y un prudencial tiempo de reposo. Las bicicletas de alquiler no son una panacea, pero sí una pequeña, aunque importante, contribución a la promoción de la bicicleta.
Creo fervientemente que, mediante una política inteligente de promoción de las bicicletas de alquiler, acompañada de una conciencia ciudadana comprometida que las apoye, estaremos dando un paso más de acercamiento hacia la Europa de las bicicletas.

Jesús Sukuntza, ciclista urbano